7 de abril

“A los ocho días llegó Jesús” 

(Jn 20, 19-31)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

La octava de Pascua que hemos vivido ha colocado en evidencia los sentimientos de los apóstoles después de la muerte de su Maestro, precisamente el primer día de la semana. San Juan narra la condición de la comunidad, quienes se encontraban reunidos, sin embargo, el miedo los había llevado a cerrar las puertas y en medio de esta tensión Jesús se manifiesta a sus apóstoles con el don de la paz, porque ante el miedo y la turbación, solo la paz, la serenidad ayuda a la persona a asumir la realidad objetiva de lo que acontece.

El gesto de Jesús, de enseñarles las manos y los pies, les permite contemplar a su Maestro crucificado, por tanto, el reencuentro con Jesús no puede ser una ilusión que los lleva a evadir la realidad. La certeza de su presencia se manifestará en la acción del Espíritu que viene del Padre, en la persona de Jesús y en el perdón del que los hace partícipes, será para los apóstoles y los discípulos el signo de Jesús Resucitado en medio de la comunidad.

La segunda experiencia del resucitado que vivirá la comunidad será junto a Tomás, el discípulo incrédulo, quien no encontrándose con la comunidad que estaba encerrada había decidido salir a buscar las evidencias físicas de la muerte de su Maestro: los clavos, la túnica, el cuerpo. Y al volver a la comunidad no comparte la experiencia de fe de sus compañeros de camino porque desea verla, tocarla, vivirla, sencillamente no cree. La confesión de fe de Tomás: “Señor mío y Dios mío” es la confesión de fe de cada uno de nosotros, quienes reunidos en comunidad creemos que está entre nosotros, especialmente en el don de la Eucaristía.

La vuelta de Jesús a los ocho días de nuevo a la comunidad junto a Tomás es la manifestación del amor misericordioso de Jesús que va en busca de su oveja perdida y busca que ella, en este caso Tomás, haga experiencia real y concreta de su amor para que crea, y creyendo le siga en el misterio de una fe “bienaventurada”, la de quienes creen sin haber visto.

 

Reflexionemos: La fe es portadora del misterio de salvación en el Hijo de Dios, los signos de su manifestación llevan al creyente a Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y el evangelista finaliza afirmando: “Para que, creyendo, tengan vida en su nombre”.

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, concédeme la gracia de tu Espíritu, para que al contemplar el signo de la cruz en tus manos y en tus pies no tenga miedo, y acoja el don de tu paz. Amén.

 

Actuemos: Como Tomás, ¿vivo experiencias de búsqueda personal que me hacen salir de la comunidad familiar, de mi Iglesia local? ¿Qué experiencias de fe me devuelven a la comunidad, al encuentro con Jesús Resucitado y me lanzan a dar la vida como él?

 

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