Jesús fue tentado en el desierto
(Lucas 4, 1-13)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
Después de la teofanía del Jordán, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto donde transcurrió cuarenta días en ayuno y oración; fue esta la ocasión que satanás aprovechó para tentarlo. En la primera tentación, Jesús renunció a utilizar a Dios para saciar su hambre; no vivirá buscando su propio interés, y no se relacionará con Dios su Padre de manera egoísta: Se alimentará de Su Palabra y vivirá de Él y para El.
En la segunda tentación, Jesús renunció a buscar poder y gloria humanas: El Reino que vino a inaugurar no se impone, se ofrece gratuitamente y con amor. El poder y la gloria de este mundo a nosotros con frecuencia nos desequilibran; Jesús es Señor de todo; solo adorará al Dios del pobre, del débil e indefenso.
En la tercera tentación, Jesús renunció a cumplir su misión recurriendo a la ostentación y el triunfo; él no será un Mesías triunfalista; jamás pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. Jesús rehúye radicalmente de toda ostentación y estará siempre entre los suyos como el que sirve, desde el inicio hasta el final.
Reflexionemos:
¿Cómo actúa en mí las tentaciones de la riqueza, el prestigio y el poder? ¿Cuál de ellas me ataca con mayor frecuencia y qué hago para superarla? ¡Señor no me dejes caer en tentación!
Oremos:
Amado Jesús hermano nuestro, Tú has querido experimentar la dureza de la tentación para enseñarnos cómo vencerla dejando en ellas tu victoria; danos tu actitud orante en el momento de la prueba y contágianos tu fuerza vencedora. Amen
Recordemos:
Y después que el diablo propuso a Jesús toda clase de tentaciones, lo dejó hasta que llegara otro momento propicio.
Actuemos:
En el momento de la tentación recuerdo con fe viva la “Palabra de Dios” que me ha sido donada en la jornada.
Profundicemos:
Si Jesús nuestro Señor y Maestro fue tentado, también nosotros sus seguidores, comprados con su sangre también lo seremos. Estas tentaciones podrán ser directas, pero también sutiles, hasta el punto de no percibir que nos están atando con su lazo; pero con la fuerza de Jesús nuestro hermano venceremos.