
Cada ser humano que es llamado a la vida, viene al mundo con una misión particular. Hoy Lucas en su Evangelio nos deja claro que el Señor no solo eligió a los doce apóstoles, sino que designo otros setenta y dos para enviarlos a preparar el ambiente donde Él iría después. Diciéndoles: “La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Porque como creyentes todos estamos llamados a trabajar en la extensión del Reino de Dios. ¡Pónganse en camino! Así, no solo los envía, sino que les da instrucciones claras para realizar la misión. Lo primero es ir ligeros de equipaje, llevar lo necesario, en una actitud de absoluta disponibilidad y apertura para escuchar la voz de Dios atentos a los Signos de los Tiempos. Cuando entren en una casa digan: “Paz a esta casa”. Con este saludo manifiestan que van de parte de Dios. Quédense en la casa donde los acojan, compartan con ellos, es también un llamado a la sencillez, a la humildad y al reconocimiento, pero si entran en una ciudad y no los reciben, saliendo a sus plazas, digan: ‘Hasta el polvo de su ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre ustedes. Es decir, liberarse de todo aquello que no responde al plan de Dios, ya que no debemos olvidar que seguir a Cristo, caminar con Él y comprometerse a trabajar en su viña, es estar dispuesto a llevar sobre los hombros la cruz, signo de salvación.
Una característica fundamental del discipulado es el testimonio de la caridad y la vida fraterna. En la relación que establezco con mis hermanos ¿soy consciente de ello y reflejo en todo aquello que realizo el amor que Dios tiene por cada ser humano?
Aquí estoy Señor, envíame. Quiero ser instrumento de tu paz y de tu amor para sanar las heridas del mundo tan golpeado por el odio y el desamor. Cuento contigo para que tú cuentes conmigo. Amén.
Cuidaré de mis sentimientos y emociones para ser feliz amando a Dios.
“Sin embargo, no estén alegres porque se les someten los espíritus; estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo”.
“Tanta debe ser la confianza que el predicador ha de tener en Dios que, aunque no tenga lo necesario para vivir, no debe fijarse siquiera en si esto le falta, no sea que, mientras se ocupa en las cosas de la tierra, no cuide del bien eterno de los demás”. (San Gregorio)


