“Al ver a las gentes, se compadecía de ellas” (Mt 9, 36)
Jesús continúa su misión profética recorriendo las “ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. Hoy lo hace con una persona que no solo estaba poseída por el demonio sino que además era muda. Situación que la aislaba mucho más de la comunidad y hacía que lo rechazaran. Al igual que este hombre, Jesús encontraba a muchos otros en su camino que necesitaban no solo ser sanados, sino también experimentar en sus vidas el amor y la ternura de Dios. De allí que sienta la gran necesidad de invitar a sus discípulos a continuar su misión y pedir al Padre, más corazones generosos que se unieran a su causa: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Hoy también son muchas las personas que todavía necesitan que les hablen del amor y la predilección que Dios siente por ellas. Por eso, pidamos al Padre que toque el corazón de muchos y muchas jóvenes para que consagren su vida al anuncio del Reino y a consolar a todos aquellos que se sienten cansados y abandonados como ovejas sin pastor.
Reflexionemos:
¿Cómo podemos ser continuadores de la misión profética de Jesús desde nuestros hogares?, ¿cómo podemos fortalecer nuestra oración por las vocaciones?
Oremos:
Aumenta, en nosotros, Señor, el deseo de amarte y seguirte cada día con todo nuestro ser. De pedir al Padre, corazones generosos que consagren su vida a tu causa y a consolar el sufrimiento de la humanidad. Amén.
Recordemos:
En nosotros recae la gran tarea de orar y pedir por las vocaciones.
Actuemos:
Oremos este día en familia un rosario pidiendo al Señor por intercesión de la Virgen María por las vocaciones religiosas y sacerdotales.
Profundicemos:
Los consagrados son las personas que dedican toda su vida al anuncio del Evangelio y a servir con fe y alegría al pueblo de Dios (Libro: Salgamos al encuentro de la vida).