
¡Qué belleza!, nos encontramos ante dos ciegos, de los que mucho tenemos que aprender. Con seguridad han oído hablar de Jesús. Tienen afinado el oído, para escuchar que Jesús está pasando, tienen el valor de seguirlo por el camino, haciendo oír su voz, hasta que logran alcanzarle. Su fe en que Jesús puede devolverles la vista, es firme. Y Jesús atribuye la curación a esta fe tan grande que tienen. La fe en Jesús y la petición de salud van de la mano. Y una vez que recuperan la vista, pese a que Jesús les dijo que nadie se entere de esto, ellos no pudieron callar, sino que lo divulgaron con valentía. Y encontramos también a la gente que le presenta a Jesús a un mudo endemoniado. Jesús expulsa al demonio, y el mudo empieza a hablar. Dos curaciones distintas: devuelve la vista y devuelve el habla. El poder ver y poder hablar nos permiten comunicarnos con los demás.
¿Somos conscientes, que la fe nos sostiene, nos da fuerza y nos empuja a seguir adelante?
Señor, Jesús, cura las cegueras de mi corazón que me impiden reconocer tu presencia en cada realidad que vivo y en las personas que pones a mi lado. Ayúdame a reconocer también aquellas actitudes que no me permiten comunicarme de mejor manera con los demás. Amén.
La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorró ningún esfuerzo, para alcanzar a Jesús. La ceguera no siempre es física, tenemos aquí la ceguera espiritual de los fariseos que al ver que Jesús expulsa al demonio de la persona muda, atribuyen, que esto lo hace con el poder del jefe de los demonios.


