
En nuestras vivencias diarias podemos sentirnos bienaventurados cuando nos abrimos al proyecto de Dios, o por el contrario, vivimos el sinsabor de una vida que se sortea en las incertidumbres. En el evangelio de hoy es un comensal el que le dice a Jesús: “¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios! Y Jesús en su respuesta nos deja ver que el Reino de Dios es un banquete abierto para todos, pero no todos están dispuestos a aceptarlo. Las excusas de los invitados reflejan cómo muchas veces ponemos nuestras prioridades, trabajos o intereses por encima de la invitación de Dios. Sin embargo, el amor del Padre no se cansa y abre su mesa a los pequeños, a los pobres y a quienes parecen menos importantes. El Señor nos invita hoy a revisar qué nos impide responder con prontitud y alegría a su llamada y a reconocer que siempre hay un lugar para nosotros en su casa. El Reino de Dios está abierto para todos, pero solo entra quien acepta su invitación con corazón disponible.
¿Qué excusas me están alejando de aceptar plenamente la invitación que Dios me hace? ¿Cómo puedo ayudar a otros a descubrir que en el Reino de Dios hay lugar para todos?
Señor, gracias por invitarme cada día a tu banquete de amor. Quita de mi corazón todo lo que me aleja de ti. Hazme portador de tu invitación para quienes más te necesitan. Señor, ayúdame a decirte “sí” sin reservas cada día. Hazme testigo de tu amor que invita, acoge y llena de vida a todos. Amén.


