“La vida no está asegurada con los bienes que uno tenga, por abundantes que sean”
(Lc 12, 15)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Como seres humanos tendemos muchas veces a codiciar aquello que sentimos nos ofrece seguridad o bienestar personal. Tal es el caso del hombre rico del evangelio de este día, quien al enterarse que sus tierras habían producido más frutos de lo esperado, planea llevar una vida cómoda en lugar de compartir sus bienes. Es allí, donde interviene Dios y le muestra la finitud de su existencia: “Insensato: esta misma noche perderás la vida. Y todo lo que habías amontonado, ¿para quién será”’. Tal vez, como el hombre rico nosotros también nos pasamos la vida codiciando o acumulando bienes materiales o posiciones de prestigio, sin pensar en las necesidades de quienes están a nuestro lado. Pidamos al Señor en este día, la gracia de aprender a compartir aquello que somos y tenemos, y no cerrarnos solo en nuestros propios intereses.
Reflexionemos: ¿Somos personas codiciosas?, ¿compartimos lo que tenemos con los demás?
Oremos: Danos, Señor, la capacidad de aprender a vivir nuestra existencia no solo en función de nuestros propios intereses, sino también tener en cuenta las necesidades de los demás. Amén.
Recordemos: Hay mayor alegría en dar que en recibir (Hch 20, 35).
Actuemos: Dediquemos un espacio de esta jornada para compartir con alguna persona que necesite de nuestra ayuda o consejo.
Profundicemos: Compartir la vida es abrir nuestro corazón a lo que los demás quieren decirnos y comunicarnos (Libro: 100 notas para vivir la sinodalidad).