Jesús estuvo siempre rodeado por mucha gente que quería escucharlo y ser sanado de sus enfermedades: el Evangelio de hoy nos habla de su seguimiento. En Israel había muchos maestros que tenían seguidores, pero hay entre estos y los seguidores de Jesús una diferencia fundamental: los judíos escogen al maestro que quieren seguir, en cambio, es Jesús quien busca y llama por su propio nombre a sus discípulos. El Evangelio de hoy nos presenta los dos casos: un escriba que quiere seguir a Jesús, y otro que ya es discípulo y le pide que, antes de irse con él, lo deje enterrar a su padre. La respuesta de Jesús aclara para ambos que seguirlo es vivir con Él y amar como Él. Pare ello, es necesario desprenderse de los bienes del mundo e incluso, de la propia familia. Esto no es nuevo en Jesús, pues ya desde el comienzo había dicho “que quien deja por Él casas, bienes, padres, hijos o hermanos, recibirá el ciento por uno y poseerá la vida eterna”. Seguir a Jesús no es una perdida, sino al contrario, la mayor ganancia.
¿Qué ha significado para mí ser cristiano? ¿Estoy dispuesto a seguir el modo de vivir de Jesús? ¿Qué podría impedírmelo?
Señor Jesús, desde el Bautismo tú me llamaste a ser tu discípulo; ayúdame a desprenderme de todo afecto desordenado a los bienes de este mundo para vivir como tú y poder seguirte sin ningún apego. Amén.
Examino mi corazón para ver cuáles apegos me están impidiendo seguir a Jesús con un corazón libre, desprendido y feliz. Le pido al Señor la fortaleza para renunciar a ellos.
“‘Señor, permítame primero ir a enterrar a mi padre’. Y Jesús le dijo: ‘Tú sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos’”.
En esta Iglesia todos somos ‘discípulos’, pues Cristo es el único Maestro del que todos hemos de aprender…. En ella se ha de cuidar sobre todo a los ‘pequeños’. En la Iglesia ha de practicarse la corrección fraterna y el perdón incondicional (Antonio Pagola).