
El evangelio nos presenta la figura de una mujer ejemplar: Ana. Lucas la describe con características muy claras: es profetiza, viuda, anciana, apegada al templo, piadosa, mujer sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Y, viendo a José y María con el niño, da gracias a Dios, y a la vez habla del niño al pueblo que espera la liberación. El que José y María hayan ido de Nazaret a Jerusalén a presentar al niño, es importante; pero lo más grande dentro de esta vivencia, es que tanto el profeta Simeón como la profetiza Ana lo reconocen como el Mesías, y esto es un signo palpable de esperanza para el pueblo. José y María regresan a Nazaret, y ahí, el niño Jesús iba creciendo en sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba.
¿Somos capaces de descubrir el rostro de Dios de manera especial en la gente sencilla?
Señor, Jesús, como Ana yo también deseo verte, contemplarte tierno y pequeño en los brazos de María y José, ofrecerte mis ayunos y oraciones, y comunicar a todos el bien que obras a diario en mi existencia. Gracias por nacer de nuevo entre nosotros y llenar nuestra vida de esperanza. Amén.
No olvidemos por quienes fue acogido el niño Jesús en el Templo de Jerusalén. No por parte de los sumos sacerdotes, sino por dos personas, ancianas, piadosas, irreprochables, sencillas, humildes, llenas de fe en Dios. Simeón significa: El Señor ha escuchado y Ana significa regalo.


