“Daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 38)
El evangelio de hoy nos permite entrar en contacto con la figura de una de las pocas mujeres que en la Biblia es presentada como profetisa: Ana. Ella era una mujer anciana, de la tribu de Aser, que había estado casada por siete años, pero que al quedar viuda, dedicó su vida entera al ayuno y a la oración en el Templo. El hecho que el evangelio la presente como profetisa denota una apertura especial hacia las cosas de Dios. Apertura que hace posible que al igual que Simeón pueda reconocer en el niño Jesús, al redentor de su pueblo y comunicarlo con gran alegría a quienes escuchaban de cerca sus enseñanzas. La vida de Ana, nos lleva también a nosotros hoy a preguntarnos por la apertura que tenemos o no, hacia las cosas de Dios. Apertura que hace posible reconocer su presencia en las diferentes realidades que vivimos o en las personas que el Señor pone en nuestro camino para mostrarnos su amor y cercanía. Pidamos al Señor que nos conceda como a Ana, la capacidad de reconocer cada día su presencia.
Reflexionemos:
¿Percibimos la presencia de Dios en las realidades que vivimos?, ¿cómo podemos aprovechar este tiempo de Navidad para abrir más nuestra vida a Dios?
Oremos:
Danos, Señor, la capacidad de aprender a reconocer en ti, al salvador de nuestra vida. Aquel que con sus enseñanzas nos muestra otra manera de ser y vivir para Dios, en el amor y el servicio gratuito a los demás. Amén.
Recordemos:
En Jesús, Dios realiza nuestra salvación.
Actuemos:
Agradezcamos en este día, a cada una de las personas que con sus gestos y su cercanía, nos comunican el rostro amoroso y misericordioso de Dios.
Profundicemos:
Jesús es el salvador del mundo, aquel que con su vida nos muestra el rostro misericordioso de Dios y el gran amor que tiene por cada creatura de la creación (Libro: Fratelli tutti).