El Evangelio de hoy nos confirma que Dios no se fija en las apariencias, ni escoge a los sabios y poderosos. Simón Pedro era un simple pescador, y tal vez no tenía instrucción, sin embargo, cuando Jesús pregunta a sus discípulos: “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Jesús, al darse cuenta que ha sido el Padre quien le ha revelado su identidad, entiende que fue escogido por Él y respondió a Pedro: “Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Pedro, en su sencillez, será el que guíe la barca de la Iglesia. Dios escoge instrumentos débiles para una misión desproporcionada. También a Pablo, que era cruel perseguidor de los cristianos, fue escogido por Cristo para llevar su Nombre a todos los pueblos: una misión sin duda desproporcionada e intransferible como la de Pedro. Los dos respondieron al amor de Cristo y a la misión que Él les confió hasta el martirio. Los dos desde su humilde realidad son elegidos por Cristo como columnas para edificar su Iglesia.
¿Creo que es la fe, el amor y la adhesión a Cristo Jesús lo único que puede transformar una vida? ¿Qué puedo aprender de Pedro y Pablo para vivir con mayor profundidad mi vocación cristiana?
Señor Jesús, gracias por haber dado a tu Iglesia en los santos apóstoles Pedro y Pablo a dos insignes testimonios de fe, amor y entrega; haz que, siguiendo sus ejemplos y enseñanzas, pueda mostrar a las nuevas generaciones que Cristo Jesús es el único Señor y Salvador de todos. Amén.
Quiero inspirar mi vocación cristiana en estos grandes testigos de la fe, meditando con frecuencia sus escritos y confrontando con ellos mi modo de vivir.
“‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?’. Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’”.
En todo tiempo, el ejercicio de este ministerio tiene que ser confrontado con el Evangelio, de tal manera que el obispo de Roma sea realmente “el que preside a todos en la caridad”, como lo decía san Ireneo de Lyon (siglo II).