Hoy, la liturgia nos permite descubrir en el Evangelio de Juan al Dios de todo consuelo al proponernos la memoria obligatoria de los santos Marta, María y Lázaro de quienes sabemos eran amigos entrañables de Jesús. Él los visita al conocer de la muerte de Lázaro. Cuando Marta se entera de su llegada, sale a su encuentro y le dice con dolor: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Podríamos decir que su expresión manifiesta una queja que a su vez va acompañada de una actitud llena de esperanza: “Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Ella confía en Jesús y sabe que, en su corazón humano, se manifiesta lo divino. El Señor le dice: “Tu hermano resucitará”. En Jesús está la eternidad. En perspectiva escatológica, estamos llamados a vivir nuestra fe como la hemos aprendido y confesado en la Iglesia. Creemos en la vida eterna, creemos en Jesús que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
Nos abandonamos en el amor misericordioso del Señor; por eso, aunque la muerte de un ser querido nos duele y experimentamos el vacío por su presencia física, nos conforta la esperanza de una vida sin final. ¿Crees esto?
Trinidad Santa, creo en tu amor, en tu presencia que todo lo llena, y en que me llamas a que me prepare para cuando me reúna contigo definitivamente en el reino de tu paz. Amén.
Medito el Credo, y le pido al Señor que aumente mi fe.
“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
“Cristo derrumba el muro de la muerte; en Él habita toda la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna. Por esto la muerte no tuvo poder sobre Él; y la resurrección de lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante dios es como un sueño” (Papa Benedicto XVI).