En el texto de este domingo, el evangelio continúa el tema del domingo pasado: los criterios de Dios ante el uso de los bienes de la tierra y, por tanto, ante el hecho de que en el mundo haya ricos y pobres. En la parábola del rico y de Lázaro, el pobre, Jesús nos hace ver la oportunidad de hacer caso de la Palabra de Dios y llegar a la conversión. Cuya opción encuentra la negativa del rico, que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba cada día. Una vida de lujo, que vivía en la seguridad de sus bienes, mientras a su puerta estaba un pobre llamado Lázaro que “significa Dios ayuda”. El pobre, que no tiene nada, vive de la miseria. Ambos mueren. Y un abismo que separaba su vida en esta tierra se invierte; ahora es el rico quien sufre la lejanía de Dios, a causa del abismo de insolidaridad que lo separaba del pobre. Jesús nos quiere decir que, mientras vivimos en este mundo, siempre estamos a tiempo para la conversión a Dios y al prójimo, más si este se encuentra en extrema necesidad. Es interesante ver como el rico solo se acordó de Lázaro cuando necesito de él. En su vida nunca estuvo presente para ayudarle a tener una mejor vida más digna. Esto pasa muchas veces en nuestras vidas. Solo nos acordamos de los demás para nuestro propio provecho e interés. El pecado del rico es hacer de las riquezas su propio dios, como ya veíamos el pasado domingo ante la alternativa de servir a Dios o al dinero. La Palabra de Dios es insistente antes y después de Jesús, en la solidaridad para con los pobres. La fuerza y el ejemplo los tenemos en Jesucristo, quien “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Esto nos tiene que ayudar a hacer de nuestra actividad diaria un medio para hacer llegar a los demás, a través de nuestro testimonio cristiano, su presencia salvadora.
¿Escucho verdaderamente la Palabra de Dios? ¿Permito que ella transforme mi forma de vivir?
Jesús Maestro, enséñame a ver a cada persona necesitada como un hermano y reflejo tuyo. Que sea generoso con lo que tengo. No permitas que mi corazón se endurezca frente al dolor de los demás. Amén.
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“Lázaro fue llevado al seno de Abrahán, mientras que el rico sufrió tormentos en el hades”.
La parábola nos presenta una inversión radical de las circunstancias: el que sufre y es consolado, y el que vivió en lujo es atormentado. Esto refleja la enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios, donde los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.