28 de noviembre

“No quedará piedra sobre piedra”

 (Lc 21, 5-11)

 

No queda piedra alguna del templo. Se tardaron ochenta años en reconstruirlo y se ha convertido en el faro de Israel, el motor de la espiritualidad y la fe, pero también de una renacida y floreciente economía de peregrinación. Israel está legítimamente orgulloso de su templo. Y esta arrogancia le impide ver los nubarrones que se ciernen sobre la historia y que conducirán a la destrucción de la ciudad por los romanos cansados de las periódicas revueltas independentistas de los judíos. No queda piedra sobre piedra de las cosas que con tanto esfuerzo construimos, incluso en la Iglesia. Todo lo que hacemos, propuestas, organizaciones, esfuerzos no son nada y nada quedará de ellos. Solo queda Cristo, entre las ruinas de lo que nos empeñamos en construir. Solo lo esencial, incluso en la fe, incluso en la Iglesia. No nos asustemos, pues, Jesús mismo nos tranquiliza: el mundo sufre violencias y guerras, catástrofes y tragedias que, sin embargo, no indican en absoluto la llegada inminente del Señor. No sabemos cuándo volverá, pero solo ponemos los ojos en Él, sabiendo que, al final, será Él quien tenga la última palabra. Hoy, el Maestro nos invita a no atar demasiado nuestro corazón a las piedras, por bellas que sean, de nuestras casas, de nuestros monumentos, de nuestras ciudades.

 

Reflexionemos: ¿Qué tanto estoy apegado a lo material? ¿Vivo lo esencial, sabiendo que nada llevamos con nosotros?

 

Oremos: Señor, que mi fe esté cimentada en ti y en tu amor, que tú seas mi seguridad para vivir siempre el gozo de tu presencia en mi vida. Amén. 

 

Actuemos: En este día viviré con un corazón desprendido y generoso. 

 

Recordemos: “No quedará piedra sobre piedra”.

 

Profundicemos: “El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte” (Papa Francisco).

 

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