Hoy el Señor nos habla con ternura y firmeza: “Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Estas palabras no son una amenaza, sino una invitación amorosa a vivir con el corazón despierto, con la lámpara encendida, como quien espera al amado en medio de la noche. Jesús nos llama a ser siervos fieles y prudentes, aquellos que, aún en la aparente ausencia del Señor, siguen sirviendo con alegría, alimentando a los demás con amor, cuidando con esmero lo que se nos ha confiado. No se trata de vivir con miedo, sino con esperanza. No se trata de temer el regreso del Señor, sino de anhelarlo como el alma sedienta anhela el agua viva. El Evangelio nos recuerda que el peligro no está en la espera, sino en el olvido. Cuando el corazón se adormece, cuando dejamos de amar, cuando nos volvemos indiferentes, entonces nos alejamos del Señor. Pero si vivimos cada día como un regalo, si servimos con humildad, si perdonamos con generosidad, entonces el Señor, al venir, nos encontrará preparados, y nos dirá: “Bienaventurado eres, entra en el gozo de tu Señor”.
Preguntémonos: ¿He sido hoy un siervo fiel? ¿He amado? ¿He servido? ¿Qué actitudes no me permiten ser un siervo fiel?
Señor Jesús, enséñame a velar con amor, a servir con fidelidad, y a esperar tu venida con esperanza. Que cada día te encuentre en mi prójimo, y que mi corazón esté siempre despierto para recibirte cuando llames. Amén.
Estar atentos a las necesidades de los demás.
“Bienaventurado aquel siervo a quien su Señor, al llegar, lo encuentre portándose así” (Mt 24,46).
La vigilancia no es agitación, sino una actitud serena y constante de amor. Es vivir como si cada momento fuera una oportunidad para encontrarse con el Señor.