Siempre que escuchamos la parábola del pastor bueno que va buscar a la ovejita que se le perdió y cuando la encuentra la carga sobre sus hombros feliz y luego hace fiesta con sus amigos por haberla encontrado, sentimos una profunda conmoción, porque Jesús nos dice que es esto lo que hace Dios precisamente con nosotros. Es hermoso ver cómo Dios no espera pasivamente que los pecadores volvamos a Él, sino que es el Señor quien sale a buscarnos con solicitud y ternura cuando reconoce que nos hemos alejado de Él. Y cuando nos encuentra, no nos reprende, sino que conmovido, nos carga sobre sus hombros y celebra con una fiesta nuestro regreso. Esta parábola nos deja en el alma la certeza que Dios es un Papá que nos ama como sus hijos que somos, sin reservas ni condiciones; por eso, busca siempre sin cansarse a los que estamos alejados de Él, porque sabe que sin sus cuidados, nuestra vida será más difícil y no seremos felices. Para el Padre Dios cada uno de nosotros somos sus hijos, su más preciso tesoro.
¿Estoy seguro del amor personal y único que Dios siente por mí? ¿Cómo lo reconozco y cómo lo cultivo? Sabiendo que Dios me está buscando siempre, ¿qué hago para dejarme encontrar por Él?
Señor Jesús, mi amoroso Pastor, no quiero alejarme de ti, pero soy débil y sé que fácilmente me dejo seducir por las propuestas del mundo; ayúdame a no olvidarme de tu ternura y concédeme fuerza para vencer las atracciones del mundo. Amén.
Hoy me tomo un tiempo para descubrir que me tiene alejado del Señor, y darme cuenta cómo Él ya me está buscando.
“Les digo que de esta manera habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”.
“Esta parábola nos invita a cambiar la forma de relacionarnos con las personas que andan por caminos equivocados: comprenderlas y acogerlas con amor, orar por ellas y ver en qué les podemos es ayudarlas a que vuelvan al buen camino” (Anónimo).