Hoy, el texto de Lucas nos centra en la experiencia de la oración como “respiro del alma”. En este relato, nos encontramos con los discípulos de Jesús que se acercan a Él con una petición particular: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Ellos, a los pies del Maestro, sintieron la necesidad de estar en conexión plena con Dios. Y Jesús les responde enseñándoles a dirigirse al Padre con una oración que no es solo una fórmula para recitar de corrido, sino una propuesta que se transforma en un estilo de vida: “Cuando oren, digan: ‘Padre’” En la oración del Padrenuestro Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios con la confianza de hijos y la cercanía entre los seres humanos reconociéndonos todos como hermanos; santificamos su nombre honrándolo en la tierra y poniendo nuestra meta en el cielo; también nos reconocemos necesitados de los bienes materiales, por eso, le pedimos nos conceda el pan de cada día confiando en su providencia y, como no somos perfectos sino personas limitadas e imperfectas, le pedimos perdón por nuestros pecados para que el Reino de Dios se cumpla entre nosotros, abandonándonos siempre en sus manos. En la segunda parte del Evangelio, encontramos la experiencia de alguien que acude donde su amigo en un momento de necesidad; con insistencia, busca ser escuchado. De esta terquedad debemos aprender para asumir el compromiso de sintonizar con Dios en nuestra oración la siguiente petición del Señor: “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”.
Yo permanentemente pido, busco y llamo, pero como es Dios quien toma la iniciativa cada amanecer al concederme el don de la vida, debo estar atento para descubrir su presencia, porque en su Palabra Él me busca, me llama por mi propio nombre y me pide que le abra mi corazón para que pueda habitar en él. Preguntémonos: ¿De qué le hablo al Señor en mi oración? ¿Disfruto esos momentos de silencio y diálogo con Él? ¿Acojo con generosidad su llamada?
Señor, afina las entrañas de mi mundo interior para que pueda sintonizar contigo. Que pueda acoger tu presencia y confiarme a tu amor de Padre que renueva mi esperanza. Amén.
Respeto mi tiempo de encuentro con Dios.
“Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?”.
“Orar no es un gesto piadoso, sino una respuesta a Aquel cuyo corazón late en el nuestro” (Joan Chittister).