“Cayó en tierra buena y dio fruto”
(Mt 13, 1-9)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El texto nos ubica en que Jesús se sentó junto al mar y acude mucha gente. Jesús inicia a formarlos a través de la Parábola del sembrador (13,3b-9), distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.
El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo. Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Para Jesús todos tiene derecho al reino y por ello, algunas semillas caen en terreno bueno y crecen.
Reflexionemos: En toda persona se dan estas etapas de la semilla, algunas las dejamos crecer y fecundan. ¿Qué tipo de semilla soy yo?
Oremos: Señor, tu que eres el Dios de la vida, ayúdame a reconocer que en el Bautismo recibí el don de la fe, la semilla del bien, dame la gracia de compartirlo con todos los que me rodean. Amén.
Actuemos: Hoy deseo compartir la semilla del bien, de la solidaridad con otras personas que veo que pasan situaciones difíciles.
Recordemos: Otra semilla cayó en tierra buena que dio frutos, recordemos que estamos llamados a alimentar nuestra semilla con la oración, la Eucaristía, para que crezca y sea cobijo para muchas personas.
Profundicemos: Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes; individuemos y llamemos por nombre a las zarzas de los vicios. Encontremos el valor de hacer una buena recuperación del suelo, una bonita recuperación de nuestro corazón, llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas. Haciendo así, Jesús, buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y espinas que asfixian la Palabra. Papa Francisco
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