La predicación de Jesús había despertado toda clase de reacciones por las personas de su tiempo. Él había causado tanto impacto que la gente no lo identificaba y por eso, unos lo confundían con Elías. Con Juan el Bautista o con alguno de los antiguos profetas. Su misión también fue incomprensible para Herodes, un rey hambriento de poder, que no entendía que es ser movido por el Espíritu de Dios, sino por meras pretensiones políticas. Herodes estaba confundido, había mandado a matar a Juan el Bautista, y ahora oía de alguien más poderoso. Por más que escuchaba lo que decían de Jesús, lo único que intentaba, finalmente era acabar con él. Quien obra mal siente como una amenaza las palabras de aquel que lo corrige. Por eso, solo buscaba acallarlo, detenerlo y así se quedaba tranquilo. Existe entonces, un camino que impide conocer, entablar una relación con el Señor: escuchar y ver, pero sin reconocer el misterio ni acoger el llamado a la conversión. Finalmente, tengamos presente que el Jesús de la historia y el Jesús de la fe son uno solo, el Mesías, Dios y hombre verdadero que nos espera porque quiere cambiarnos la vida y llenar todo nuestro ser. Este Evangelio nos desafía a no solo escuchar a Jesús, sino a buscarlo con fe sincera. Nos recuerda que el Reino de Dios no pasa desapercibido y que cada persona, sin importar su posición, tendrá que enfrentar la verdad sobre quien es Jesús.
¿Estoy realmente escuchando aquello que Jesús está haciendo en mi vida o a mí alrededor? ¿Cuál es mi motivo para acercarme a Jesús?
Señor, Jesús, suscita en mí deseos sinceros de conocerte, escucharte y seguirte, no solo por capricho, sino porque me anima el inmenso anhelo de hacer tu voluntad. Amén.
Comparte lo que Jesús está haciendo en ti.
¿Quién, es pues, este de quien oigo hablar tales cosas?
¿Quién era Herodes el tetrarca y porque estaba tan inquieto?