Hoy celebramos al apóstol Santiago, el hermano de san Juan evangelista; también se le conoce como “el mayor” porque fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio. Su camino de discipulado inició cuando él y su hermano se encontraban a orillas del lago de Genesaret arreglando sus redes de pesca. En ese momento, Jesús pasó a su lado, posó su mirada misericordiosa sobre ellos y los invitó a ser pescadores de hombres. Reflexionando el texto del Evangelio de Mateo del día de hoy, nos encontramos con una madre que humanamente anhela lo mejor para sus hijos, por eso, desde una actitud intercesora le hace a Jesús una petición: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Pero Jesús le responde: “No saben lo que piden. ¿Son capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Ellos valientemente responden que sí, pero sin tener presente la dimensión del sufrimiento. Beber del cáliz del Señor es asumir la cruz con amor, es estar unidos a Jesús, es optar por una vida de mayor humildad, es abajarse de todo orgullo y prepotencia personal para servir a los hermanos con un amor humilde y desinteresado. Beber del cáliz de Jesús es preocuparse por la suerte del otro no buscando sacar ventajas de los cargos o liderazgos que se nos confíen. Asumir el cáliz del Señor es servir a nuestros hermanos antes que alcanzar logros personales. Nuestra mayor preocupación como cristianos, es ser testigos del amor de Dios en un mundo herido, donde la humanidad busca recuperar el verdadero sentido del servicio y la solidaridad. Sin duda alguna, la lógica de Jesús es el amor que se despoja de todo rasgo de poder: “Saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo”.
Señor, dame el valor de realizar mi camino de discipulado siguiendo tus pasos. Que mi pasión sea vivir solo para ti; que mi norma de vida sea tu Evangelio y mi bandera sea servirte a ti y a mis hermanos con amor y gratitud. Amén.
Lucho por ser mejor, permaneciendo siempre en Dios.
“El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
“Ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles” (Papa Francisco).