El Evangelio de hoy nos presenta a un Jesús firme pero profundamente amoroso, que no teme corregir a los escribas y a los fariseos. Sus palabras, aunque duras, no son condenas vacías, sino llamados urgentes a la conversión. En este pasaje, Jesús pronuncia cuatro “¡Ay!” que revelan su deseo de que todos caminen hacia la Verdad y la Vida. Primer “¡Ay!”: A los que se cierran el Reino de los Cielos. Jesús denuncia a quienes, con su rigidez y legalismo, impiden que otros se acerquen a Dios. No solo no entran ellos, sino que bloquean el camino a los demás. Este reproche es una invitación a abrir el corazón a la Buena Nueva, a dejar de ser obstáculos y convertirnos en puentes hacia el Reino. Segundo “¡Ay!”: A los que hacen proselitismo sin conversión verdadera. Jesús critica a quienes recorren mar y tierra para ganar adeptos, pero luego los deforman con su ejemplo. No se trata de sumar números, sino de transformar vidas. La misión cristiana no es una campaña de reclutamiento, sino un testimonio de amor que contagia vida. Tercer “¡Ay!”: A los guías ciegos. Aquí Jesús advierte sobre el peligro de la ceguera espiritual. Quienes deberían guiar, están perdidos en lo superficial, confundiendo lo sagrado con lo material. Nos llama a examinar nuestra propia visión, preguntémonos: ¿vemos con los ojos de Dios o con los del mundo? La fe auténtica exige discernimiento y coherencia. Cuarto “¡Ay!”: A los que valoran más el oro que el Templo. Jesús desenmascara la hipocresía de quienes dan más importancia a lo externo que a lo esencial. El templo es sagrado no por su riqueza, sino por la presencia de Dios. Esta corrección nos recuerda que la vida cristiana no puede reducirse a apariencias ni a rituales vacíos. Lo esencial es la comunión con Dios y con los hermanos.
La crítica que Jesús hace a los líderes religiosos de su tiempo, son para nosotros una invitación directa a examinar si nuestras palabras están alineadas con nuestras acciones. ¿Somos coherentes en lo que creemos, decimos y hacemos?
Ayúdame, Señor, a vivir con coherencia. Haz que mi vida sea un testimonio silencioso, pero elocuente. Que mis obras hablen incluso cuando mis labios callen, porque solo así seré luz, solo así seré sal, solo así seré tuyo. Amén.
Piensa en una situación donde actuaste diferente a lo que crees no para juzgarte, sino para crecer. Pídele a Dios que te ayude a alinear tu mente, tu corazón y tus acciones.
No se trata solo de decir lo correcto, sino de vivirlo con el corazón.
A veces sentimos que el mundo espera mucho de nosotros: que seamos fuertes, exitosos, siempre alegres. Pero hoy, Dios no nos pide que seamos perfectos. Nos invita a ser auténticos.