El Evangelio de hoy nos presenta un momento clave en la vida de los discípulos. Vemos como Jesús comparte la autoridad recibida de Dios con ellos. La solemnidad que acompaña el relato nos muestra que la Iglesia es misionera por naturaleza y que la misión hace parte del seguimiento de Jesús. Él envía a los discípulos a predicar y a curar. Un discípulo que no predica el Evangelio pierde su autenticidad. Jesús exige que la misión se desarrolle con eficacia, pero con austeridad. El discípulo misionero es pobre, porque no tiene a nadie más que a Jesús, es su única seguridad. Por eso el misionero no requiere de bastón. Tampoco debe preocuparse por acumular provisiones ni alforja, ni pan, ni dinero; tampoco dos túnicas. Jesús nos está enseñando que el Evangelio se lleva con el corazón libre, no con las manos llenas, menos equipaje y más fe. En el evangelio siempre encontramos una promesa para las personas desprendidas: al que se entregue a Dios por el Reino no le faltará nada, no tendrá que preocuparse por su futuro, porque estará protegido y tendrá el auxilio del Padre.
¿Qué cosas me están impidiendo caminar ligero de equipaje en la vida de fe? ¿Qué miedos, apegos o necesidades innecesarias cargo?
Señor, Jesús, transforma mi corazón para que siempre esté atento a tu Palabra. Gracias, porque con tu paciencia quieres servirte de mis manos para la construcción de tu Reino. Amén.
Jesús les da una misión que es proclamar el Reino de Dios y sanar. No se trata solo de palabras, sino de acciones. ¿Cómo podemos actuar hoy?
Jesús envía a la misión a anunciar y sanar. La fe no es solo para nosotros, es una misión activa. Donde debemos llevar esperanza y vida a otros.
“No lleven nada para el camino”. Confianza radical en Dios. Jesús les pide que se vacíen de seguridades humanas para depender de la providencia.