
En medio de la burla y del dolor de la crucifixión, este pasaje muestra dos actitudes opuestas: El desprecio y la incredulidad de quienes se mofan de Jesús y exigen signos visibles para creer. La fe humilde y confiada del malhechor que reconoce su culpa y la inocencia de Jesús. Este hombre, conocido como “el buen ladrón”, no pide ser bajado de la cruz, sino algo más profundo: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y Jesús, con infinita misericordia, le promete: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Este diálogo es una de las revelaciones más hermosas del Evangelio: nadie está tan lejos que no pueda recibir el perdón y la salvación de Cristo, si abre su corazón con humildad y fe. Confianza en la misericordia: Acercarse al sacramento de la reconciliación con corazón humilde. Recordemos perdonar a los demás: Así como Cristo nos perdona, ser testigos de su misericordia. Dar esperanza: Acompañar a quienes se sienten lejos de Dios, recordándoles que su amor es más grande que cualquier pecado. Vivir con horizonte de eternidad: Recordar cada día que nuestro destino final es estar con Él en el paraíso.
¿Reconozco con humildad mis pecados delante de Jesús? ¿Creo en su misericordia, incluso cuando me siento indigno? ¿Pido como el buen ladrón: “Jesús, acuérdate de mí”? ¿Sé consolar a otros con esta esperanza del perdón y la vida eterna?
Jesús misericordioso, en la cruz abriste para mí las puertas del paraíso. Aumenta mi fe para creer en tu perdón y mi amor para corresponder a tu misericordia. Como el buen ladrón, hoy te digo: “Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu reino”. Amén.


