Lucas en esta parábola nos indica que la Palabra del Señor, es esa luz que nos muestra el camino que Dios traza para que nuestra vida sea fructífera, para ello, se requiere paciencia y ojos abiertos que nos permitan distinguir lo aparente de lo real, lo permanente de lo pasajero. La muerte de Jesús, fue vista inicialmente, como un fracaso; pero, luego, la resurrección lo iluminó todo, sacó a la luz la fuerza salvadora de ese “fracaso”. Por tanto, no tenemos por qué desesperarnos sino mantenernos perseverantes. Tengamos la osadía de ser santos, en cuyos ojos y corazones brille el amor del Señor, llevando así luz al mundo. Jesús nos recuerda que hemos recibido una luz, y esa luz no es para esconderla. Es la fe, es la verdad de Dios, es el Evangelio que transforma vidas. Es también la luz única e irrepetible que cada uno de nosotros lleva dentro: nuestros dones, nuestro testimonio, nuestra capacidad de amar. En la perspectiva de Lucas la parábola se puede entender como una primera luz en la noche: es un anuncio misionero, que invita al peregrino a entrar en la casa donde la luz es plena.
¿Qué realidades me impiden hoy ser luz para los demás?
Señor Jesús, tú eres la luz que ilumina mis oscuridades con la luz de tu Evangelio. Hazme ver los caminos que me llamas a seguir hoy. Que de tu mano aprenda a superar toda realidad que me impida ser luz para los demás. Amén.
Haz visible tu fe, Ilumina tu entorno con el bien y haz un acto de amor concreto.
Dios nos ha dado una luz: su Palabra y su presencia viva entre nosotros. Esa luz no es para esconderla, sino para irradiarla.
“El candil se pone en el candelero para que los que entran tengan luz”.