El pasaje del evangelio de Lucas nos presenta una parábola que Jesús dirige a sus discípulos: la parábola del administrador, la cual nos muestra cuál es la prioridad del cristiano y el uso de los bienes que Jesús nos propone. Esta parábola se refiere a un administrador encargado de los negocios de su amo. Este administrador ha fracasado en su administración y es despedido por no ejercer bien sus funciones y malgastar los bienes de su amo. Jesús no se preocupa por calificar las faltas del administrador, sino que destaca su astucia para asegurar su porvenir. Destaca como este hombre supo descubrir a tiempo que los amigos duran más que el dinero y empezó a llamar a uno por uno: “En verdad los de este mundo son más astutos que los hijos de la luz para tratar sus semejantes”. Jesús no alaba esta acción, sino que se queda mirando a sus discípulos, los hijos de la luz, pocos sagaces e incapaces de estrategias eficaces en la vida, a veces no usan esa misma energía, audacia o estrategia para lo que realmente importa: el Reino de Dios. La invitación de Jesús a sus discípulos es hacerse amigos con la misma determinación que tienen los hijos de este mundo, aunque haciendo uso distinto de la riqueza, se trata de compartir con los pobres, los cuales, siendo los primeros a quienes les es prometido el Reino de Dios. El texto termina: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno o amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No puede servir a Dios y al dinero”. La invitación es a escoger a Dios como nuestro único Señor, administrar nuestra vida con sabiduría espiritual y ser fiel en lo pequeño
¿Soy un buen administrador de lo que Dios me ha confiado: tiempo, dones, bienes, talentos, palabras?
Señor, Jesús, concédeme valentía para vivir desde los valores del Evangelio. Quiero tener la astucia y la habilidad para saber darte el lugar que te corresponde en mi existencia. Amén.
Asumir con fidelidad y confianza la opción que se me propone para la realización de mi vida: Dios o el dinero.
Debemos ser honestos con lo nuestro y con lo ajeno, de modo que podamos ser confiables.
“¿Qué haré, pues mi amo me quita la administración? Cavar, no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé que hare…”