Dios siempre nos habla de manera directa al corazón y continuamente está obrando milagros en nuestra vida, pero no siempre logramos descubrirlo. Al pedir una señal al Señor –como lo hicieron los contemporáneos de Jesús–, nos cerramos a la sabiduría revelada en su Palabra. Por tanto, Jesús al reprochar la incredulidad de los escribas y fariseos, les reprocha a su vez su falta de fe, revelando así a un Dios siempre presente. Debemos aprender a confiar; no debemos poner condiciones ni probar a Dios pidiéndole grandes manifestaciones, ya que el signo de la cruz, de la muerte y resurrección de su Hijo, es el mayor signo de su amor. Dios nunca nos abandona a nuestra suerte: “Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra”.
¿Creo que el Señor me está concediendo lo que necesito para ser feliz? ¿Le exijo que responda de acuerdo a mi querer?
Señor, solo tu infinito amor me basta, gracias por el milagro de la vida, gracias por tu Palabra de vida que da luz a mi entendimiento. Eso para mí ya es suficiente. Amén.
Descubro las señales de vida nueva que el Señor me regala. Escucho con el corazón la voz del Señor que me susurra y me ama.
“Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón”.
“No teman; estén firmes y verán la victoria que el Señor les va a conceder hoy” (Ex 14, 13).