El evangelista san Mateo, continúa el discurso en parábolas de Jesús que describe el Reino de los cielos con comparaciones, y hoy nos dice que el Reino es como un banquete de bodas que un rey prepara para su hijo. Esta parábola del banquete muestra un llamado Divino, inicialmente dirigido a unos, pero extendiéndose a todos después de un rechazo por parte de los invitados. Ellos, con excusas egoístas, desprecian la invitación del Reino por priorizar lo terrenal. Esto nos advierte contra la indiferencia ante la gracia de Dios. Finalmente, la parábola subraya que la respuesta a esta invitación exige preparación y dignidad interior, simbolizada por el vestido de fiesta. No basta con ser invitado; se requiere una transformación del corazón para participar plenamente del Reino. La parábola nos llama a valorar la invitación divina y a responder con una vida que refleje su grandeza. El evangelio de hoy nos invita a examinar nuestras propias prioridades, a responder con gratitud a la invitación divina y a abrir nuestros corazones a la universalidad del amor de Dios, que se extiende a todos, sin excepción. Que esta imagen del banquete nos impulse a vivir con la conciencia de la invaluable oportunidad que se nos ofrece y a compartir esta invitación con aquellos que aún no la han recibido.
¿Cuántas veces nosotros también, en medio de nuestras ocupaciones y afanes diarios, dejamos de lado la invitación de Dios? ¿Cuántas veces permitimos que las preocupaciones materiales o las relaciones humanas nos distraigan de aquello que realmente importa?
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. Amén.
Invitar a quienes están alejados de la fe a participar en la comunidad o grupos de formación.
Las palabras con las que termina el evangelio de hoy “…porque muchos son los llamados, pero poco los escogidos”, nos invitan a reflexionar: ser llamados significa, ser invitados. cualquiera de nosotros que escuche el evangelio y la Buena Nueva puede entonces decidir si se convierte o no, en discípulo.
El "vestido de fiesta" simboliza la transformación interior, la renovación del corazón y la disposición adecuada para participar de la santidad del Reino.