«Las mujeres iban con ellos, y les servían con sus bienes»
(Lc 8,1-3)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Indudablemente desde los inicios de la Iglesia, las mujeres han estado ahí; ayudando, apoyando, sirviendo y caminando tras las huellas de Jesús y de los apóstoles. El testimonio del discípulo se fundamenta en dos grandes convicciones: Primero, en la certeza de la fe que sostiene la vida y la misión en el don de Jesús crucificado y resucitado. El don de su presencia siempre viva en medio de la comunidad a través de su Espíritu que nos fortalece en todo momento, brindándonos la esperanza como virtud, en la que el tiempo de Dios, renueva siempre la vida. La segunda, poner al servicio del Reino de Dios todo cuanto somos y tenemos. Este es el testimonio de las mujeres, que junto a los doce acompañaron a Jesús. Ellas respondieron con gratuidad al llamado de Jesús y por eso, ofrecían sus bienes al servicio de la misión.
Preguntémonos: ¿En quién tenemos puesta nuestra esperanza? ¿Cómo es la calidad del apoyo que ofrecemos a la Iglesia en su tarea evangelizadora?
Oremos: Señor Jesús, en este día te pido la capacidad de poner a tu servicio todos mis bienes personales, intelectuales y espirituales, y recorrer contigo los diferentes lugares en los que transcurre la vida, para proclamar tu Palabra y testimoniarla con generosidad. Que mi fe en ti, me sostenga en el camino y me impulse a cargar con mayor esperanza la cruz de cada día. Amén.
Actuemos: Con mayor convencimiento de que vale la pena dar con amor de la fe que tenemos en el corazón, para ayudar al crecimiento de las otras personas, tanto en la fe como en la caridad.
Recordemos que no estamos solos, porque Cristo Jesús camina con su pueblo ya que, con su Resurrección da sentido a nuestra fe.
Profundicemos: y asumamos desde el fondo de nuestro ser, lo importante que es colaborar y servir a las otras personas con amor, flexibilidad y generosidad.
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