Las enseñanzas de Jesús causan admiración entre la gente. Aquí lo podemos ver en su ministerio público en la sinagoga de Cafarnaún como nos lo presenta Lucas. Enseña de nuevo allí en sábado. Vemos como se empieza hacer realidad la profecía de Isaías: Jesús libera a una persona oprimida por el mal, un hombre que tenía el espíritu de un demonio impuro y empezó a gritar con voz fuerte: “Jesús Nazareno, ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el ‘Santo de Dios’”. En el lenguaje Bíblico, lo impuro es lo contrario de Santo, y Santo es lo propio de Dios. El demonio intuye que la llegada de Jesús conlleva una feroz lucha entre el poder de Dios y el poder del mal, aunque inmediatamente queda patente quien es más fuerte. El demonio pierde la batalla y sale del hombre sin hacerle daño. La curación de este tipo de enfermedades siempre muestra la superioridad de Jesús sobre los poderes malignos que hacen perder al ser humano su dignidad y su identidad como seguidor de Jesús. La reacción de la gente no se hace esperar, el asombro y la admiración no se dejan ver solo ante sus palabras, como nos relata el texto al inicio, sino ahora también ante sus signos. El poder del Señor que bendice al ser humano siempre es más fuerte que cualquier otro poder que no le hace bien. Hoy, en medio de tantas voces vacías o confusas, la palabra de Jesús sigue siendo viva, firme y capaz de tocar el corazón.
¿Qué hay en mí que necesita ser expulsado, sanado o destruido por el amor de Dios?
Señor, enséñame a experimentar tu cercanía. Infúndeme el coraje necesario para enfrentar al mal que acecha mi vida. Concédeme la gracia de ser un testigo entusiasta de tu Evangelio de salvación. Amén.
Podemos imaginarnos a Jesús en la sinagoga, actuando, con una mirada que te dice: “Sal de él. Quiero que seas libre”.
La gente se asombra de las enseñanzas de Jesús, porque habla con autoridad, pero ¿qué significa esta autoridad? ¿Le doy a Jesús la autoridad sobre mi vida?