2 de noviembre 2024

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

(Jn 11,17-27)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Hoy conmemoramos el día de los difuntos, instaurada por el monje benedictino San Odilón de Francia, en el año 998.  Desde nuestra experiencia de fe, creemos que la muerte es la puerta que nos abre a la vida plena, junto a Dios.

El final del camino de Jesús (y del nuestro) no es la cruz, sino su resurrección. A partir de entonces, Jesús vive junto a Dios. Solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. El Señor en el supremo acto de amor de la cruz, al sumergirse en el abismo de la muerte, la venció, resucitó y nos abrió también a todos nosotros las puertas de la eternidad. El Señor “nos sostiene a través de la noche de la muerte que él mismo cruzó; Él es el Buen Pastor, a cuya guía nos podemos confiar sin ningún miedo, porque Él conoce bien el camino, incluso a través de la oscuridad” (Benedicto XVI).

 

Preguntémonos: ¿Creo que la muerte es el comienzo de una vida plena en Dios?

 

Oremos: Señor, ayúdame a confiar con firmeza que la muerte no es mi última morada, sino la vida plena contigo a través de la resurrección. Concédeme la gracia de seguirte con disponibilidad a donde quieras llevarme, incluso si me llevas hasta la cruz y al desprendimiento de mí mismo. Amén

 

Reflexionemos: La resurrección en primer lugar es espiritual y la empezamos aquí, cuando con la ayuda de Dios, nos esforzamos por salir de nuestros egoísmos, y optamos por la vida.

 

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