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2 de Febrero

Mis ojos han visto la salvación

(Lucas 2, 22-40)

Celebramos con profunda alegría la presentación de Jesús en el templo para ser consagrado a Dios. Es el primer encuentro de Jesús con su pueblo representado por dos ancianos Simeón y Ana, personas de fe que han vivido esperando el cumplimiento de las promesas de Dios.
Simeón, a quien el Espíritu Santo guía a paso, al ver al niño, lo tomó en sus brazos y comenzó a profetizar sobre él. Y Ana que también vive intensamente su fe, viendo al niño comenzó a hablar de él a todos los que esperaban la liberación de Israel. Tanto Simeón como Ana movidos por el Espíritu Santo reconocen en este niño la salvación de Dios. Así lo proclama Simeón en su canto de júbilo: ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto tu salvación Señor.

 

Reflexionemos:

¿En quién tengo puesta mi esperanza? ¿Mi corazón está abierto para acoger la salvación que el Señor me ofrece a cada momento? ¡Tú eres mi salvación Señor!

 

Oremos:

Gracias Señor por entrar en nuestra historia como cualquiera de nosotros y aprendes a ser hombre obedeciendo; ayúdanos a seguir el camino que tú nos trazas para llegar a la plenitud de la vida.

 

Recordemos:

Simeón también los bendijo a ellos; y a María, su madre, le dijo: “Mira: este niño está destinado a hacer que en Israel unos caigan y otros se levanten. Será signo de contradicción, y una espada atravesará también tu propia alma. Así quedará manifiesto lo que hay en el corazón de tantos hombres”.

 

Actuemos:

Quiero como la familia de Nazaret buscar siempre lo que Dios quiere de mi y dejarme conducir por el Espíritu Santo como Simeón y Ana.

 

 

 

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