
En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”. Que hermosa oración y que verdad tan grande encierra, pues no pocas veces, nos encontramos con personas, que podríamos considerar entre comillas “poca cosa” porque no tienen títulos, ni un cargo según nuestros criterios, y al acercarnos a ellas, escucharlos, quedamos maravillados de poder ver a Dios en su vida y de cómo han acogido al Señor en su corazón. El ser sabios y entendidos tiene su valor, sin embargo, se puede caer en el quedarse en el conocimiento de Dios a nivel intelectual, sin que toque la vida. Y Jesús en esta oración, reconoce a Dios como Padre, Señor del Cielo, es decir trascendente y Señor de la tierra, y he aquí la cercanía de Dios en nuestra vida. Para acoger a Dios en nuestra vida, necesitamos tener el valor de la humildad y la sencillez.
Está bien tener títulos que nos capacitan para servir en la sociedad, pero ¿tenemos la humildad suficiente para descubrir a Dios, en las personas, sencillas que, desde su vida simple, nos hablan de Dios?
Señor, Jesús, dame la gracia de aprender en este camino de Adviento a ser humilde y pequeño. A tener en tu Palabra la sabiduría de vida que me permita reconocer la bondad que has sembrado en el interior de todos aquellos que me rodean. Amén.
Conocemos a Dios, por medio de Jesús, que le reconoce como Padre, y que se llena de alegría cuando ve que se manifiesta a los humildes. Cuánto tenemos que ver y aprender de nuestra gente, que nos transparenta su vida llena de fe en Dios.


