Del Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2025: En este místico hoy, que perdura hasta el fin del mundo, Cristo es el cumplimiento de la salvación para todos, particularmente para aquellos cuya esperanza es Dios. Él, en su vida terrena, “pasó haciendo el bien y curando a todos” del mal y del maligno (cf. Hch 10, 38), devolviendo la esperanza en Dios a los necesitados y al pueblo. Además, experimentó todas las fragilidades humanas, excepto la del pecado, pasando también momentos críticos, que podían conducir a la desesperación, como en la agonía del Getsemaní y en la cruz. Por eso, renovemos la misión de la esperanza empezando por la oración, especialmente con la Palabra de Dios y particularmente con los Salmos, que son una gran sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo. Los Salmos nos educan para esperar en medio de las adversidades, para discernir los signos de esperanza y tener el constante deseo “misionero” de que Dios sea alabado por todos los pueblos. Rezando, mantenemos encendida la llama de la esperanza que Dios encendió en medio de nosotros, para que se convierta en una gran hoguera, que ilumine y dé calor a todos los que están alrededor, también con acciones y gestos concretos inspirados por esa misma oración.
Oh Padre, te pedimos que por medio de la Jornada Mundial de las Misiones, renueves nuestra fe, la esperanza y la caridad para que llevemos a Jesucristo, nuestra Esperanza, hasta los últimos rincones del mundo. Que el Espíritu Santo nos guíe para ser portadores y constructores de esperanza, compartiendo la Buena Noticia y las condiciones de vida de las personas, y que nuestras oraciones y apoyo fortalezcan la misión evangelizadora. Amén.
En esta Jornada Mundial por las Misiones apoyo mi parroquia en sus diferentes actividades misioneras y pastorales y colaboro con los misioneros del mundo que pasan necesidad o que están en lugares muy alejados llevando el Evangelio.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón”.
“Permitamos que el amor de Dios tome absoluta y total posesión de nuestro corazón; permitámosle que se convierta en nuestro corazón, como una segunda naturaleza; que nuestro corazón no permita la entrada a nada contrario, que se interese constantemente por aumentar su amor a Dios, tratando de complacerlo en todas las cosas sin negarle nada” (Santa Teresa de Calcuta).