“Mi casa es casa de oración’; pero ustedes la han convertido en una ‘cueva de bandidos”
(Lc 19, 46)
Ayer vimos cómo Jesús lloraba ante Jerusalén porque había cerrado el corazón a su presencia salvadora. Hoy le vemos con un látigo en la mano arrojando a los mercaderes del templo mientras dice: ‘Mi casa es casa de Oración’; pero ustedes la han convertido en una ‘cueva de bandidos’. A Jesús le duele nuestra resistencia a Dios y nuestra ingratitud con El. ¿Qué quiere decirnos Jesús con esta actitud y estas palabras?
El templo es símbolo de la presencia de Dios en medio de nosotros y Jesús lo llama mi casa. Diciendo así Jesús afirma que Él es Dios y el templo es su casa. A Dios lo encontramos en todas partes, pero cuando la comunidad de fe construye un templo y lo consagra a Dios, este se convierte en el lugar privilegiado de nuestro encuentro con El y con los hermanos en la fe. Allí lo encontraremos dispuesto a escucharnos y a derramar sobre nosotros su misericordia. Es hermoso saber que Dios pone su morada entre nosotros, permanece en medio de nosotros y espera que vayamos a su encuentro.
Reflexionemos:
Me pregunto: ¿ qué es el templo para mí? ¿Qué busco y que encuentro en él? Señor, deseo estar en tu casa y caminar bajo tu mirada en cada momento.
Oremos:
Gracias Padre porque siempre encontraremos un lugar que favorezca nuestro encuentro contigo y donde nos sentimos acogidos como miembros de tu ´familia’. Ayúdanos también a hacer de nuestras familias y comunidades un templo donde todos reconozcan tu presencia. Amén.
Recordemos:
“Una cosa he pedido al Señor y ésa buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar Su hermosura y meditar su Palabra. Salmo 27,4
Actuemos:
Cultivaré una actitud de acogida, respeto y cariño en el templo, e mi comunidad de fe, y en mi familia.
Profundicemos:
«Padre de huérfanos, defensor de las viudas, ese es Dios en su santa morada». Salmos, 68 -6
(Libro: «“Motivos para orar” de Eusebio Gómez Navarro ).