
Esta parábola nos recuerda que la vida es un don y que cada uno ha recibido talentos, capacidades y oportunidades para hacer crecer el Reino de Dios. No se trata de cuánto tengamos, sino de cómo lo ponemos en práctica. El siervo que escondió la mina representa a quienes viven con miedo, sin arriesgar ni dar fruto. Jesús nos invita a ser valientes y generosos administradores de lo que Él nos ha confiado, porque llegará el momento de dar cuenta de cómo hemos vivido. El Señor no espera perfección, sino fidelidad y valentía para poner en acción lo que nos ha confiado. Hagamos una lista de nuestros talentos y busquemos un modo concreto de usarlos esta semana para ayudar a alguien. Dediquemos tiempo a una obra apostólica, comunitaria o de servicio. Repitamos esta frase como oración durante el día: “Señor, ayúdame a hacer fructificar lo que me has confiado”.
¿Qué dones y talentos me ha confiado el Señor para hacer crecer su Reino? ¿Estoy dando fruto o por miedo guardo mis capacidades? ¿Cómo puedo poner al servicio de los demás aquello que soy y tengo?
Jesús Maestro, gracias por los dones que has puesto en mi existencia. Ayúdame a no esconderlos por temor, sino a arriesgarme a ponerlos al servicio de tu Reino. Que mi vida dé fruto en el amor, en el servicio y en el testimonio, para que, cuando vuelvas, pueda escucharte decir: “Bien hecho, siervo bueno y fiel”. Amén.


