“Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”
(Mt 6, 1-6. 16-18)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
¡Qué importante es ordenar los afectos a la luz de la fe! Nuestra vivencia de la vida cristiana debe ser sincera, sin hipocresía ni dobles intereses. Para inculcar este principio, Jesús habla de tres pilares de la religión judía: la limosna, que define las relaciones con los otros; la oración, que es el vínculo con Dios, y el ayuno, la relación con las cosas. Dependiendo cómo los practiquemos, podemos construir comunidades de hermanos que velan unos por otros, que honran a Dios y son libres frente a los bienes materiales. Si las prácticas religiosas son sinceras, no necesitamos ostentar. Las realizamos sin que se noten, lo importante es que “no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. El Evangelio de hoy nos invita, en definitiva, a hacer las cosas solo por amor a Cristo; espe- rando la recompensa no del aplauso de los hombres sino de Dios
Tomado de: La Palabra, Pan de vida. Comentario al Evangelio diario 2024, Paulinas – Comentarios: Raúl Enrique Castro Chambi, S.J. y Carlos Cardó, S.J.
Preguntémonos: ¿Cómo puedo vivir en amor con los demás siguiendo las tres obras de piedad que aparecen en el Evangelio? ¿Cómo es mi vida de oración? ¿Qué ayuno voy a practicar? ¿Conozco las obras de misericordia? ¿Cuáles puedo practicar?
Oremos: Señor, no quiero perder la recompensa que tú dices. Quiero que tú, que ves el interior de mi corazón, sea el que me premie y no la opinión de los demás. Amén.
Actuemos: En las actividades que realice hoy, voy a decirle a Dios: “Señor, esto lo hago por amor a ti, no para que me vean”.
Recordemos: No puedo hacer el bien solo para que me vean. Necesito buscar la gloria de Dios cuando haga las cosas, esta es la verdadera recompensa. Jesucristo lo dice bien claro: “no practiquéis la justicia delante de los hombres”. La sinceridad de vida exige la pureza de intención. Esta se consigue en la “intimidad con el Padre”, es decir en la oración.
Profundicemos: Cuando realice actos, sean cuales sean, no puedo quedarme tan solo con el premio de un buen pensamiento de parte de los demás; eso es actuar por vanidad. Sin embargo, cuando mi objetivo es glorificar a Dios con mi vida, mis obras recibirán “un premio en el cielo”. Porque Dios ve lo que los demás no ven: los sacrificios ocultos, el sufrimiento secreto, los trabajos que nadie, ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis hijos pueden ver. Estos son los actos que Dios premiará en la otra vida. De ahí brota la urgencia de vivir delante de Dios y no de los demás.
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