
En el tiempo del rey Herodes, había un sacerdote de nombre Zacarías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Estaban en el Templo de Jerusalén, cuando a Zacarías le tocó la suerte de entrar al santuario, mientras la gente se quedó rezando en los patios. Y es ante el altar del incienso donde a Zacarías, se le aparece el ángel Gabriel, con la Buena Noticia, de que, su ruego había sido escuchado y que Isabel su esposa, le daría un hijo al que pondría por nombre Juan. En comprensible el susto que experimenta Zacarías ante la presencia del ángel, y por ello, la primera palabra que le dice el ángel Gabriel, es: “No tengas miedo”. Pero al recibir este anuncio, Zacarías, todo un sacerdote del Templo no cree en sus palabras. Al verse de edad avanzada y a su esposa estéril, no ve viable sus palabras. Sabemos que la esterilidad en una mujer en los tiempos de Jesús era causa de humillación. Zacarías, al no creer queda mudo y solo recuperará el habla cuando se cumpla lo anunciado por el ángel. Definitivamente el creer, es un regalo de Dios que debemos custodiar y cultivar cada día. Este evangelio comienza en el Templo y termina en el Templo. Su hijo Juan, será servidor del Señor, estará lleno del Espíritu Santo. Juan será quien abrirá el camino al Señor. Juan significa, el Señor es misericordioso.
En este tiempo especial de Adviento, ¿cómo me estoy preparando desde lo íntimo de mi corazón para acoger al Señor en mi vida?
Señor, Jesús, como Zacarías mi fe muchas veces es débil y flaquea ante los acontecimientos que sobrepasan mi entendimiento. Enséñame a creer más allá de mis expectativas y abrirme con fe al insondable misterio de Dios. Amén.
Este bello pasaje bíblico nos pone de frente ante la venida de Jesús y nos prepara para acogerlo con mayor fe en nuestra vida.


