“Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve”
(Juan 3, 16-21)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El camino de salvación para toda la humanidad se abre con el envío del Hijo de Dios al mundo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna y nadie perezca”. Creer, es nuestra tarea. Abrirnos al don de la fe con la gracia que nos comunica el Espíritu Santo. Nos dice san Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Así el amor no se impone, se da de manera libre y total, Dios Padre nos ha creado como personas libre y nos deja en libertad para optar: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve por medio de Él. El que cree en Él, no se condena, pero el que no cree, ya está condenado, por no confesar el nombre del Hijo único de Dios”.
Reflexionemos: Consciente de que el amor es la fuerza que sostiene e ilumina todo, ¿sé dejar que Jesús conduzca mis pasos hacia lo que Dios espera de mí?
Oremos: Señor, enséñame a creer en tu amor y a caminar según tu norma de vida. Amén.
Recordemos: “El que practica la verdad se acerca a la luz, y así queda patente que sus obras las hace de acuerdo con Dios”.
Actuemos: Procuraré morir a mi egoísmo y buscaré ser feliz teniendo a Dios en mi corazón
Profundicemos: “La fe en la vida eterna da al cristiano el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra y trabajar para construirle un futuro, para darle una esperanza verdadera y segura”. Benedicto XVI