
El evangelio de hoy nos presenta a un hombre rico, acomodado que quería a toda costa ver a Jesús, pero quien lo ve primero es Jesús mismo. El encuentro de Jesús con Zaqueo nos recuerda que nadie está tan lejos que no pueda ser alcanzado por la misericordia de Dios. Jesús no se detiene en el pecado del publicano, sino que mira su deseo profundo de conversión. Zaqueo responde con alegría, acogiendo al Señor y transformando su vida a través de la justicia y la generosidad. Jesús no viene a condenar, sino a salvar. Su amor transforma las vidas que lo acogen. Ofrezcamos un gesto de reconciliación o ayuda a alguien necesitado, dediquemos un momento de oración en casa, invitando a Jesús a habitar en nuestra vida diaria. Revisemos nuestra manera de administrar nuestro tiempo, talentos y bienes: ¿los estamos usando para amar y servir?
¿Qué “multitudes” —prejuicios, miedos o apegos— me impiden acercarme a Jesús? ¿Cómo puedo abrir hoy las puertas de mi corazón para recibirlo con alegría? ¿Qué cambios concretos me pide el Señor para vivir una vida más justa y generosa?
Jesús Maestro, hoy también me llamas por mi nombre y deseas hospedarte en mi casa. Limpia mi corazón de todo aquello que me aleja de tu amor y hazme generoso para compartir con quienes me rodean los dones que me has regalado. Que tu presencia en mi vida sea motivo de alegría, de cambio y de salvación. Amén.


