“Llamo a sus doce discípulos y los envió”
(Mateo, 9, 36-10,8)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús al ver el gentío, sintió compasión, es decir, sus entrañas se removieron, esta es la cualidad materna del amor de Dios; nuestro pecado, nuestra hambre, mueve sus entrañas, por esto llama a sus discípulos y les encomienda el cuidado de sus hermanos. Fijémonos que los apóstoles no son sabios, ni perfectos, no pertenecen a las altas jerarquías del tiempo; ellos son pescadores y pecadores, hombres y mujeres comunes, como nosotros, no han estudiado teología ni derecho, pero los une la llamada de Jesús, para ser Hijos de Dios como Él y hermanos entre sí. Dios no elige las personas con criterios humanos, Él sencillamente es el Padre misericordioso de todos.
Reflexionemos: Los apóstoles primero son discípulos, se ponen a la escuela del Maestro, para aprender a vivir como él, y, Jesús los transforma en apóstoles enviados a sus hermanos para hacer el bien.
Oremos: Señor Jesús, te alabo y te bendigo, porque me has llamado desde el vientre de mi madre, me has dado el don de la fe y me envías a anunciar a todos las maravillas de tu amor. Amén.
Actuemos: Hoy sacaré tiempo para ir a la Eucaristía, y para agradecer a Dios el don del llamado que Él me ha hecho, a la vida matrimonial o a la vida consagrada.
Recordemos: Al ver a la muchedumbre sintió compasión de ella, pues estaban como ovejas que no tienen pastor.
Profundicemos: Tanto la vocación como la misión del ser humano son comunitarias. La comunidad es el punto de partida de la misión.