“Den limosna, y lo tendrán limpio todo”.
(Lc 11, 37-41)
Los Evangelios con frecuencia narran acontecimientos en torno a la persona de Jesús unidos a la experiencia de la comida, el banquete, la cena. Hoy esta experiencia tiene lugar en la casa de un fariseo, quien suplicándole ha deseado que cene junto a él.
La narración coloca en evidencia el ritual de pureza, propio del mundo judío, para quien la purificación era un acto exterior que indicaba el cumplimiento de la ley y la confrontación que causó la actitud de Jesús al colocarse en la mesa sin seguir el ritual prescrito.
Para Jesús es más importante la actitud que nace del corazón con la que nos sentamos en la mesa que el cumplimiento en sí del rito, de ahí que merezcan la apreciación de “necios” porque para llegar a la práctica de la caridad es preciso más que el cumplimiento de la norma la verdadera y autentica disposición del corazón que nos hace ver más allá de nuestros ojos, es decir, nos lleva a la comprensión de un lenguaje no escrito, pero si vivido.
Reflexionemos: El cumplimiento de la ley, la norma y el deber en mi práctica de vida cristiana lo vivo unida a la experiencia de la caridad o sencillamente la cumplo, pero no me implica vitalmente como persona. Esta dinámica en mi vida me hace pasar de la frialdad y el cálculo a la entrega, a la condición humana de cada persona, de rostros concretos.
Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, concédeme la gracia de vivir mi vida cristiana en autenticidad con el discipulado de Jesús. Que mis acciones revelen la grandeza de tu amor que supera la Ley y escribe páginas nuevas y diversas de manera creativa. Amén.
Actuemos: En los lugares donde vivo y trabajo, mis acciones se caracterizan por cumplir el principio establecido o verdaderamente a través de ella entrego mi vida en la total donación y gratuidad, como quien sirve y ama.
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