En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey: “Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”. Respondió el rey Sedecías: “Ahí lo tienen, en sus manos. Nada puedo hacer yo contra ustedes”. Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua. Ebedmélec abandonó el palacio, fue al rey y le dijo: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo a un aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad”. Entonces el rey ordenó a Ebedmélec el cusita: “Toma tres hombres a tu mando y saquen al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera.
L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito / R.
Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos / R.
Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor / R.
Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes / R.
Hermanos: Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recuerden al que soportó tal oposición de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo. Todavía no han llegado a la sangre en su pelea contra el pecado.
L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor
“Mis ovejas escuchan mi voz –dice el Señor–, y yo las conozco, y ellas me siguen”.
“No he venido a traer paz, sino división”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra”.
S: Palabra de Dios
T: Gloria a ti, Señor Jesús