El evangelista san Lucas en el Evangelio de hoy nos hace escuchar palabras que desde nuestro modo de interpretar el texto bíblico parecen duras, pero gracias al Espíritu Santo, vemos que son palabras claras y contundentes. El Señor dice que ha venido a traer fuego y que ese fuego es el amor del Padre que desea cambiar y transformar el mundo y nuestra propia vida. Pero es un fuego que no destruye, sino que quema, purifica, alimenta y da sentido a nuestra vida. Jesús sueña con un mundo en llamas que arda en el corazón de sus discípulos para que puedan amar, perdonar y ser constructores de paz. Que nadie sea indiferente a este amor. Cuando tomamos la decisión de seguir a Jesús, probablemente seremos rechazados, incluso, por las personas que más amamos, no porque busquemos conflictos, sino porque el Evangelio ciertamente incomoda, siempre nos llama a dejar de ser egoístas, indiferentes y mentirosos. Hoy Jesús nos está pidiendo que le abramos nuestro corazón sin miedo a ser heridos o quemados porque Él promete el fuego de Dios que nos da vida nueva. Ese fuego enciende en nosotros verdadera alegría, fuerza y esperanza.
¿Estoy permitiendo que el fuego del amor del Padre, traído por su Hijo Jesucristo, ilumine y transforme mi vida?
Señor, Padre Santo, te suplico que derrames tu Santo Espíritu sobre mí para que, unido en tu amor, sea reflejo de la comunión que existe entre tú y el Hijo. Que mi vida sea testimonio de tu paz, y que en cada palabra y acción que realice manifieste la unidad que nace de tu corazón. Amén.
Ofrezco mi día y mis oraciones para que aumente en mí el amor de Cristo. Que Él encienda mi corazón para que ilumine mi familia, mi comunidad y mis amigos.
Ser testigos del Reino de Dios implica arder con el fuego de Cristo.“Es bueno llamarnos cristianos pero, sobre todo, debemos ser cristianos en situaciones concretas, dando testimonio del Evangelio, que es esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos” (Papa Francisco).
Jesús no vino a traer paz, no como algo superficial, sino la paz verdadera, es decir, la que nace de un corazón reconciliado con Dios.