De nuevo en el Evangelio de hoy, se nos relata cómo Jesús condena a los fariseos, que bajo su aparente piedad religiosa, defienden en realidad son sus propias seguridades; los auténticos intereses, no corresponden a la apariencia que se muestra ante los otros. A los maestros de la ley les correspondía poner en práctica lo que predicaban. Pero muchas veces, sus acciones no eran coherentes con lo que anunciaban. Ellos ejercían una gran influencia religiosa y social. Jesús enfáticamente se dirigía a ellos diciéndoles: “Esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada antes de la creación del mundo”. A los maestros de la ley el Señor les cuestiona haberse apoderado de la “llave de la ciencia”. Jesús implícitamente se le identifica como “sabiduría de Dios”. Él envía al mundo a sus profetas, hombres y mujeres, que atestiguan con su vida el mensaje del Señor a tiempo y a destiempo. Esta palabra toca nuestra vida cotidiana en la medida en que como como humanos y como creyentes, sentimos miedo ante el peligro de ser perseguidos, o de perder ventajas económicas, sociales o, incluso, la misma vida. La actitud fundamental del creyente no se debe fundar en el temor, sino en el amor. El Señor protege a quien se sienten amenazados por la fuerza del mundo que muchas veces se cierra ante las exigencias que comporta ser discípulo suyo, ante quien, como el profeta, anuncia y denuncia.
Los escribas y los fariseos empezaron a acosar al Señor implacablemente, buscando con insidias atraparlo en alguna palabra. Cabe aquí hablar de lo que sucede algunas veces en nuestra vida cotidiana: ser víctimas de conflictos interpersonales cuando nos sentimos atacados o manipulados por personas que nos tienen envidia o que simplemente nos quieren hacer daño. La envidia, a menudo, proviene de carencias, inseguridades o rechazo propio. Por ello, es necesario mantener la calma, enfocarnos en nosotros mismos y fortalecer nuestra propia autoestima. Podemos intentar ser empáticos, ignorar el juego o la distracción del envidioso y no dejar que la envidia de otros nos distraiga. Hoy también la Palabra nos invita a tener una mirada profética en estos tiempos tan complejos que vivimos, leyendo los signos de los tiempos y favoreciendo el discernimiento comunitario para dar una acción y una solución a los problemas de nuestra vida releyendo los momentos coyunturales actuales, para ser constructores de una justicia y una paz duradera.
Jesucristo, Señor mío y Dios mío, a quien creo verdadera y realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar, recibe este acto de profundísima adoración para suplir el deseo que tendría de adorarte sin cesar allí, y en acción de gracias por los sentimientos de amor que me tiene tu Sagrado Corazón.No podría reconocerlos mejor que ofreciéndote todos los actos de adoración, resignación, paciencia y amor. Amén.
Busco una persona conocida que esté pasando por momentos difíciles a nivel interpersonal, lo escucho y le ofrezco un consejo que lo fortalezca y le dé paz a nivel personal y comunitario.
“Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación” (Sal 32).
“Pidamos al Señor la gracia de no dejar nunca de orar para no perder la fe y de permanecer humildes a fin de no transformarse en personas cerradas que cierran el camino al Señor” (Papa Francisco).
