“Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante Él”
(Lc 17, 26-37)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. Y es ante este juez donde acude una viuda a pedir ayuda y le suplica una y otra vez diciéndole: “hazme justicia frente a mi enemigo”.
El Juez actúa, no movido por la justicia, que, al parecer, aunque sea juez, no es su fuerte, sino que actúa, movido por su comodidad y egoísmo, para que esta viuda ya no moleste y se vaya de una vez por todas. Esta actitud contrasta con la de la viuda, que no desfallece en su pedido, e insiste una y otra vez, porque tiene necesidad. Él en cambio se ha aburguesado en su puesto; además es lógico que, si no temía a Dios, mucho menos le importaba la suerte de la gente.
De otra parte, no podemos olvidar que, por encima de toda esta situación, Dios siempre, ante una súplica insistente, actúa movido por el amor. ¿Cuándo venga el Hijo del hombre, encontrará fe sobre la tierra? La fe debemos cultivarla y custodiarla cada día.
Preguntémonos: Cuando alguien viene en busca de mi ayuda, ¿estoy dispuesto a escucharlo y acogerlo? ¿Pongo en primer lugar a esta persona?
Oremos: Señor Jesús, ayúdame a no ser indiferente ante las necesidades de quienes me rodean. A ser más diligente cuando me piden un favor y hacer todo lo que está a mi alcance para realizarlo. Amén.
Reflexionemos: Oremos sin desanimarnos… no importa el lugar ni el momento. Aprendamos a hacer oración con los rostros y situaciones que encontramos en la calle, en el día a día. Detrás de cada rostro hay una historia y hay un rostro de Dios sufriente, que nos mueve por dentro.
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