“Salió el sembrador a sembrar”
(Mt 13, 1-23)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La parábola del sembrador (13,3b-9), la primera en contarse, distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción, que es capaz una simple semilla.
El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo. Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación.
Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (ver 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer.
Reflexionemos: Con esta parábola Jesús nos quiere hacer reflexionar sobre la vida y la acogida que le damos a la Palabra. Y toma ejemplos de la vida cotidiana, el sembrador, que arroja la semilla y cae en diferentes terrenos. ¿Qué tipo de tierra soy yo?, ¿Cómo siento cuando la Palabra se queda en mi corazón?
Oremos: El estrés y los afanes de la vida me hacen perder de vista, el Reino de Dios. Jesús, ayúdame a estar despierto, que tu Palabra se quede en mi corazón y pueda dar frutos de vida. Amén.
Actuemos: Tomar conciencia de que tierra soy y a través de la oración, ayudar para que la Palabra de Dios fecunde en mí y ayudar a otros a vivir la Palabra de Dios.
Recordemos: El comportamiento del sembrador, parece extraño al dejar caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo. Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: Arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Mientras Jesús da la posibilidad a todos.
Profundicemos: Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto. Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Papa Francisco