Hoy la Iglesia celebra la memoria de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores. San Juan nos invita a contemplar el misterio del sufrimiento compartido desde el corazón de María. Sabemos que no fue un sufrimiento cualquiera: es el dolor de una madre que ve morir a su Hijo en una cruz injustamente, pero que permanece de pie junto a la cruz. No huye, no se desespera. María se mantiene firme en la fe, abrazando el misterio de la cruz. En ese momento el calvario se convierte en un gesto de entrega total: “Mujer, ahí tienes a tu hijo…Ahí tienes a tu madre”. En ese gesto surge una esperanza de una nueva familia la Iglesia, que nace del costado traspasado del Señor y del amor fiel de María y del discípulo amado. Jesús no quiere que sigamos solos. Nos da hermanos, nos da madres y padres espirituales. Y nos entrega a María como Madre. El Evangelio termina con una frase hermosa: “Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. El discípulo amado acogió a María, la llevó a su casa, También nosotros estamos invitados a recibir a María como madre espiritual, a aprender de su fe, de su silencio, de su fortaleza. Ella nos enseña a no rechazar la cruz, sino a descubrir su sentido más profundo desde el amor. El punto culmen del dolor de María será contemplar la pasión y muerte de su Hijo, en la cruz. Pero ella nos enseña a unirnos a la ofrenda redentora de Jesús. Aprendamos de la Santísima Virgen María a ser ofrenda, en la única ofrenda que salva, Cristo. María es la primera que cumple lo dicho por san Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, por su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).1
¿Estoy dispuesto a estar junto a la cruz, como María y el discípulo amado, o huyo al sufrimiento y el dolor de los demás?
Señor Jesús, en el momento más doloroso de tu vida, no pensaste en ti, sino en los que amabas. Desde la cruz nos diste el regalo más tierno, tu Madre, para que también fuera nuestra. Amén.
Da un lugar a María en tu día a día.
Jesús, incluso en la cruz, piensa en los demás: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”.
“Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. Acoger a María no es solo tener una imagen suya en casa, sino hacerle espacio en nuestro corazón y en nuestra vida de fe.