“El día que se revele el Hijo del hombre”
(Lc 17, 26-37)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
“El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará”. Estas palabras de Jesús eran muy difíciles para sus discípulos, ya que ellos esperaban que Jesús fuera aceptado por los líderes del pueblo y eso no sucedió.
Lo repentino de la venida, piensa Lucas, es una invitación a vivir cada día la conversión al Evangelio y el perder su vida, sirviendo a los demás con generosidad y alegría: “Les digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán”.
Recordemos, en el momento menos pensado, seremos llevados a la presencia de Dios y juzgados por el amor y por nuestras obras. La libertad que Dios nos dio es un gran regalo, y somos nosotros quienes debemos saber elegir lo mejor, pues no es Dios quien nos condena, sino nosotros mismos, con nuestras malas decisiones.
Preguntémonos: Esta vida pasa de manera vertiginosa: ¿soy consciente de la alegría que es tender una mano a quien me necesita?
Oremos: Señor Jesús, ayúdame a abrir mi corazón cada día a la conversión y a la escucha atente de tu Palabra. Que de tu mano aprenda a ser generoso y compartir gratuitamente todo lo que tengo y soy. Amén.
Reflexionemos: El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. Perdamos nuestra vida sirviendo a los demás desde lo poco o mucho que podamos hacer. Nada mejor que saber descubrir el rostro de Dios en nuestros hermanos que sufren.
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