“No he venido a sembrar paz, sino espada”
(Mt 10, 34-11,1)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El Evangelio nos deja conocer las últimas lecciones que Jesús da a sus discípulos para la misión; en ellas vemos la radicalidad del seguimiento que toca lo más hondo de nuestros afectos y remueve hasta las estructuras más sólidas de nuestra vida.
“Hemos de amar a Jesús más que a todos los amores de la vida: más que a la familia y a nosotros mismos”. El encuentro con Jesús nos da una capacidad nueva de amar que supera el modo natural de relacionarnos; Él nos dice: “el que ama a su padre, a su madre, a su hijo, a su hermana más que a mí no es digno de mí”.
Jesús nos pide renunciar a las seguridades sobre las que construimos nuestra existencia; y Él lo sabe bien. Por ello mientras nos abre un horizonte que recarga de sentido divino nuestra existencia, nos invita a cargar la cruz con Él; pero concluye con estas hermosas palabras: “el que pierde su vida por mí la encontrará”. Sí hermanos, es verdad, lo que perdemos por Jesús lo reencontraremos cien veces más, Él es la fuente de todo lo verdadero, auténtico y hermoso de nuestra existencia humana.
Preguntémonos: Las exigencias del seguimiento de Jesús ¿me asustan o logro percibir en ellas la íntima fascinación que encierran? ¿Estoy dispuesto a seguirlo con todas mis fuerzas?
Oremos: Amado Jesús, nos invitas a seguirte cargando la cruz porque sabes que no hay otro camino que pueda llevarnos a la plenitud de la vida; danos tu Espíritu, que nos haga sentir la alegría de amarte y la fuerza para seguir tus huellas. Amén.
Actuemos: Hoy agradezco a Dios el incomparable don de ser cristiano y pido la gracia de seguir a Jesús sin reservas ni condiciones, como tantos hermanos y hermanas que caminan a mi lado.
Recordemos: “El que no carga su cruz y me sigue no es digno de mí”.
Profundicemos: “Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo; y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí divide hasta las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y los demás; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios; hacerse servir, o servir; He aquí en qué sentido Jesús es ‘signo de contradicción’” (Papa Francisco).
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