
Nos encontramos ante un breve diálogo de Jesús con los sumos sacerdotes y ancianos en el Templo, donde el día anterior, él había expulsado a los comerciantes por haber convertido el Templo, no en lo que estaba llamado a ser: casa de oración, sino una cueva de bandidos. Ahora Jesús va al Templo a enseñar. Es notable el malestar de las autoridades del Templo que son los sumos sacerdotes y los ancianos, que más tarde condenarán a muerte a Jesús. Ellos están inquietos y nerviosos, porque se beneficiaban con el dinero abundante que obtenían en el Templo. A su pregunta: “¿con que autoridad hacía esto?” Les responde con otra pregunta: “¿el bautismo de Juan de dónde venía del cielo o de la tierra? Si me contestan yo también les contestaré con que autoridad hago esto”. A la respuesta evasiva de los sumos sacerdotes y ancianos de que no sabían, Jesús les responde, que tampoco él, les dirá con qué autoridad hace lo que está haciendo. La respuesta de los sumos sacerdotes y ancianos, es evasiva no sincera…no creyeron en Juan y ahora tampoco creen en Jesús.
En la vida familiar, social, religiosa, ¿nuestra autoridad es servicio ejercido con sinceridad y transparencia?
Señor, Jesús, perdóname por los momentos en que he hecho del templo de mi corazón un mercado. Cuando en lugar de llenarlo de tu Palabra, de tus enseñanzas, dejo entrar en él otros deseos que me hacen egoísta e indiferente ante las necesidades de quienes están a mi lado. Amén.
La contra pregunta de Jesús a los funcionarios del Templo, cuya autoridad es institucional, tan distinta a la suya que viene de Dios, los deja perplejos, y evaden la respuesta que dentro de ellos si sabían. La autoridad de Jesús y de sus seguidores no debe ser el poder y el dinero, sino el servicio a los demás.


